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El otro y yo

 
6 junio 2023   |   , ,
 
Jan, Kuno, Hendrika and Miep laugh over breakfast in A SMALL LIGHT. (From left: Joe Cole as Jan Gies, Preston Nyman as Kuno, Gabriella Farr as Hendrika, and Bel Powley as Miep Gies). (Credit: National Geographic for Disney/Dusan Martincek)

Dos historias muy distintas pero ambas capaces de contarnos un viaje hacia la siguiente. Una serie de televisión titulada “Una pequeña luz” (A small light) y un documental titulado “Vida salvaje” (Wild Life): una historia de amor. El primero vinculado a una pesadilla: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. La segunda vinculada a un sueño ambientalista: el de construir parques nacionales en Sur América. Sin embargo, dos historias con un hilo conductor, portadoras ambas de una reflexión sobre el encuentro (profundo) con el otro: para salvarlo y sanarnos nosotros mismos.

Ir hacia el otro. Renunciar a la calidez de su zona de confort para dar frutos para los demás: que puede ser una persona, una familia, una comunidad o incluso el mundo entero. Dos historias muy diferentes hablan de este éxodo fértil, pero ambas portadoras de material para reflexionar.

Una está más lejos en el tiempo, impregnada de una historia más grande y dolorosa. La otra es más cercana y poética, vinculada a la utopía. La primera se extiende a lo largo de una serie televisiva ficticia, la segunda de duración más breve de un documental: la historia que tiene la fuerza de lo real.

Ambas historias están disponibles en la plataforma Disney+ desde el pasado mes de mayo y ambas se realizaron gracias a National Geographic: no es casualidad la sección de la plataforma en la que se encuentran.

Traen consigo dos términos, dos mundos que jamás podrán convivir en armonía: la guerra y la naturaleza, el infierno y el cielo. Tienen otras diferencias en sí mismas: la primera historia no tiene que ver con el deseo, sino con la necesidad de responder, con el bien y con el don de sí, al mal absoluto, a la iniquidad agonizante. La segunda historia proviene de una elección libre, vinculada a un proyecto personal y por tanto a la satisfacción de una necesidad íntima. La primera historia parte de una pesadilla; la segunda de un sueño, pero las dos están unidas por hilo que habla de amor, trabajo el uno por el otro, esperanza y belleza.

Ambas historias son reales: la primera nos lleva a la ocupación nazi de los Países Bajos durante la Segunda Guerra Mundial; la segunda, entre Chile y Argentina en años más recientes. La primera vuelve a un nombre dolorosamente conocido: el de la joven Ana Frank y el trágico destino que corrió su familia, golpeada por la máxima expresión de la locura humana. La segunda nos habla del dulce nacimiento o la protección de parques nacionales en Patagonia, gracias a la visión, al clic interior y a la determinación de un hombre (y la mujer junto a él).

La primera historia se titula “Una pequeña luz” y tiene como protagonista al personaje de la vida real de Miep Gies, quien ayudó a la familia Frank (el padre Otto, la madre Edith, la hermana Margot y la pequeña Anna), junto con la familia Van Pels y Friedric Pfeffer, a esconderse durante dos años en un refugio en el corazón de Ámsterdam. Lo hizo de acuerdo con su esposo Jan, miembro de la resistencia holandesa durante la guerra, y con otras personas cuyo corazón no pudo cerrarse y congelarse dando la espalda. Miep Gies era la secretaria de Otto Frank y cuando él le pidió que lo ayudara a esconderse con su familia, no lo pensó dos veces para decir “Sí”. Vivió de angustia y amor durante esos dos años, en el ajetreo diario y en el terror de un descubrimiento que sucedió. En la ansiedad de que pudiera realizar el escenario más inaceptable y lúgubre: solo Otto volvió del campo de concentración, y vivió con dolor el resto de su vida. Pero es gracias a Miep que hoy tenemos el testimonio fundamental de Ana Frank: fue ella quien en el albergue que quedó vacío, recogió las sábanas esparcidas de la joven ante los alemanes y las guardo para entregárselas a su padre cuando lo viera nuevamente. Guardó esas páginas fundamentales que luego se convirtieron en el preciado diario/testimonio que todos conocemos.

Jan Gies, played by Joe Cole, and Miep Gies, played by Bel Powley, walk along the canal as seen in A SMALL LIGHT. (Credit: National Geographic for Disney/Dusan Martincek)

La segunda historia se titula “Vida salvaje: una historia de amor” y está dirigida por los directores ganadores del Oscar (por otro documental titulado Free Solo) Elizabeth Chai Yasarhelvi y Jimmy Chin. Cuenta la vida de Doug Tompkins y su esposa Kristine, quienes usaron una enorme cantidad de dinero ganado con su trabajo (él era un empresario muy exitoso de ropa deportiva) para proteger el planeta, y por tanto a los seres humanos, el prójimo que vendrá. Lo hicieron abandonando el terreno seguro de la empresa en la que ocupaban puestos de poder (la propia Kristine se había convertido en la directora ejecutiva) para dar a luz o hacer crecer parques nacionales entre Chile y Argentina. Han utilizado su dinero para este fin, juntando (pidiendo ayuda a las instituciones) tramos y tramos de territorio, protegiéndolo, liberándolo, defendiendo su naturaleza más íntima y encantadora.

Si “Una pequeña luz” golpea el corazón hasta emocionarse por cómo revive la condición de los protagonistas, “Vida Salvaje” encanta por la belleza de las imágenes, por cómo rinde homenaje a la palabra “cuidado”. Si la serie (entre las más emocionantes e importantes al menos de los últimos tiempos) nos habla con poderosa eficacia del horror del Holocausto sin mostrarnos nunca el campo de concentración, la segunda, para decirlo con palabras de la propia Kristine, dedicadas a su esposo fallecido en 2015, nos habla de una “búsqueda incesante y tenaz de la belleza”.

Ambas historias testimonian complejas y gigantescas misiones, independientemente de que surjan de una elección (la primera) y de una llamada (la segunda). Son tareas cumplidas con la fuerza de la que somos capaces los seres humanos (apoyados en un amor fecundo), son caminos hacia ese bien al que podemos y debemos aspirar siempre.

Miep Guies cuidó el pequeño rayo que le fue entregado, hizo lo que pudo en la oscuridad de ese momento histórico. Llenó sus tinajas y aquella tenue luz se engrandeció hasta la inmortalidad, plasmando un instrumento vivo de la memoria. La luz de Vida salvaje se extiende encantadoramente sobre la naturaleza y su danza se convierte en poesía, bienestar, paz interior y fuerza emocionante para quien lo observa.


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