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Balcanes y migrantes: la «ruta» a cambiar

 
16 marzo 2021   |   , ,
 
Imagen de Thomas Meier en Pixabay

La definen la “ruta de los Balcanes”: es la que, en condiciones inhumanas, recorren miles de migrantes y solicitantes de asilo. ¿Qué lugar ocupa la fraternidad en un contexto como ese? ¿Qué nos enseña la historia de estos países? Nicole Corritore, del “Observatorio Balcani e Caucaso Transeuropa” nos ayuda a entender…

“Los migrantes de la ruta balcánica”, como la llaman miles de personas, que huyen de situaciones de guerra, hambre, violencia, la mayoría de las veces de muerte segura, buscando una forma para entrar a la Unión Europea. Desde hace algunos meses, los medios occidentales hablan mucho de lo que está sucediendo en el campo de prófugos de Lipa, en la frontera entre Bosnia Herzegovina y Croacia, donde muchos de ellos están viviendo en condiciones que rayan el límite de lo humano, viviendo al aire libre, sin ningún tipo de cobertura ni protección, en el centro de una situación geopolítica y diplomática muy compleja.

Nicole Corritore es periodista, ha trabajado durante 20 años en el l’Osservatorio Balcani e Caucaso Transeuropa, un centro de estudios fundado en el 2020 -y también publicado online desde el 2004- al final de la guerra en Kosovo, cuando surgió la necesidad de un observatorio en respuesta a la necesidad de informaciones y debate expresada por la sociedad civil comprometida con la integración de los Balcanes en la Unión Europea. OBC Transeuropa, como abreviando se le llama, promueve desde abajo la construcción de Europa, desarrollando las relaciones transnacionales y sensibilizando la opinión pública en áreas que están al centro de numerosos desafíos europeos. Ofrece análisis, informaciones y servicios gratuitos para asociaciones, Ong, instituciones políticas de varios países, sobre diferentes temas entre los cuales ambiente, cooperación en derechos humanos.

Nicole Corritore, ¿qué se entiende por “ruta de los Balcanes”?

«Necesitamos saber un mínimo de historia que nos ayude a comprender: De hecho, la zona de los Balcanes, por la posición geográfica que ocupa, es uno de los principales canales de entrada por tierra para los refugiados, como también demuestran los datos de Eurostat publicados el año pasado. La mayor parte de ellos son afganos, sirios, iraquíes, paquistaníes, que recorren la “ruta” porque provienen de países en los que hay poquísimas posibilidades de salir por vías legales; de hecho, sus pasaportes son muy débiles, es muy difícil obtener las visas también en casos en los que se tienen todos los derechos para salir del propio país por situaciones de toda índole de peligro. Pensemos que estas personas viven conflictos armados, conflictos sociales, persecuciones, o también situaciones en las que no pueden asegurar una vida digna. La única salida para ellos es ir hacia Europa, pasando por Turquía para luego continuar hacia los Balcanes que están ahí cerca, para llegar a la Unión. Este fenómeno migratorio está presente hace años, pero sólo ahora se habla de esto porque en Lipa se ha creado una situación muy compleja».

Intentamos contar esta situación paso por paso…  

«Los migrantes pretenden entrar a Europa tras pasar por una serie de países que aún no han entrado a la Unión y que, con las diferencias del caso, presentan todas las problemáticas sociales y políticas, como Macedonia del Norte, Serbia, Montenegro, Albania y Bosnia Herzegovina. Entre estos países, tal vez el más débil, y que tiene una gran presencia de solicitantes de asilo y migrantes, es precisamente Bosnia.

Aquí la situación es particularmente grave porque después de 26 años del fin del conflicto, es un país que se encuentra con una arquitectura política compleja, heredada de los acuerdos de Dayton firmados en noviembre de 1995 que decretaron su división. Basta considerar que Bosnia Herzegovina tiene una presidencia tripartita, tres presidentes de la República que representan a los tres pueblos constituyentes y está dividida en dos entidades: la Federación Croata-Musulmana y la República Srpska. Entonces tenemos un parlamento nacional y otros dos parlamentos a nivel de las entidades. A su vez, la Federación se divide en 10 cantones, y luego hay un territorio especial, que es el distrito de Brčko. Todas estas realidades tienen autonomía de gestión territorial, un contexto realmente complejo. Además, en 26 años el país no ha logrado levantarse de las consecuencias del conflicto, con el 80% de su infraestructura destruida y cerca de 100.000 muertos. Su población de 4.2 millones de habitantes de antes de la guerra, ha tenido hasta 2 millones y 200 mil entre desplazados y refugiados, y de éstos, la mitad no volvió jamás a los propios territorios de origen ni a sus hogares. El proceso de reconstrucción no solo estructural sino también social y económico, ha sido muy difícil y no ha tenido los resultados esperados».

¿Me está diciendo que la llegada de otros prófugos de otros países solo ha agravado una situación, ya de por sí, muy delicada?

«El flujo de migrantes ha aumentado en el 2018 como consecuencia sobre todo de dos factores. El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía firmado en marzo del 2016, con el que la UE solicitó a Ankara controlar su frontera con Grecia, a cambio de fondos para la recepción de los refugiados en Turquía, siendo Grecia el primer país de la Unión donde llegan los migrantes a lo largo de su viaje. Enseguida aumentaron las alambradas de púas o muros reales en las distintas fronteras con los países de la Unión como Bulgaria, Rumania y Austria, lo que impide que estas personas encuentren otros caminos si no los que llevan al Cantón de Una Sana en Bosnia, en vista de la frontera con Croacia, donde se encuentra el campamento de Lipa a 30 km de la ciudad de Bihać».

¿Es por esto que los campamentos de acogida se han concentrado en esa zona?

«Exactamente, en esa zona comienza para ellos lo que definen el “juego”, la “apuesta” es decir el intento de cruzar la frontera de Croacia y luego continuar hacia los otros países. De hecho, por tanto, desde el 2018 Bosnia Herzegovina ha tenido que gestionar un enorme flujo de personas: solo en el 2018 había casi 24 mil concentrados sobre todo en la entidad de la Federación Croata-Musulmana, también porque las autoridades de la otra entidad -la República Srpska- se negaron a colaborar, impidiendo incluso el paso de refugiados en su territorio».

A un cierto punto se agregó la pandemia…

«Con el estado de emergencia decretado en marzo del 2020 y las respectivas medidas de seguridad vinculadas al Covid, se les impidió a los refugiados el ingreso a los campos y fue prohibido el uso de los medios públicos para desplazarse en el territorio. Casi 3 mil personas se quedaron en la calle, incluyendo familias con niños, por lo que en abril del 2020 se inauguró el campo con carpas de campaña en Lipa, solución que tendría que haber sido transitoria.

Un campo que, de todas maneras, hospedaba ya en condiciones no dignas, a 1.500 personas, mientras que muchas se quedaban a vivir en locales deshabitados, en casas y fábricas abandonadas o en los bosques alrededor de las ciudades de Bihać e Velika Kladusa. Al mismo tiempo que, si en el 2018 la población fue excepcionalmente solidaria y fue la primera en ayudar a los refugiados, la intolerancia hacia la presencia de estos refugiados en el país se ha incrementado a causa tanto de la mala gestión como por la alta concentración de migrantes en una pequeña zona muy deprimida como el Cantone Una Sana, todavía hoy con una alta tasa de desempleo y sólo parcialmente recuperada de las consecuencias de la guerra de los años noventa.

Las autoridades locales, tanto del cantón como en el municipio de Bihać, han seguido una política que, de hecho, ha fortalecido esta ola anti-migrante: decidieron cerrar Bira, uno de los campamentos más grandes de la ciudad y no han demostrado ninguna voluntad de diálogo con las autoridades nacionales. El campo de Lipa no cuenta con agua corriente, electricidad, servicios higiénico sanitarios a pesar de las continuas solicitudes de varias organizaciones internacionales, incluida la Organización Mundial para las Migraciones (IOM) que gestiona oficialmente todos los campos de acogida en el País. Y así a propósito de Lipa, con la llegada de los meses invernales, las condiciones de vida se han vuelto insostenibles y la OIM, el pasado 23 de diciembre, decidió retirarse de su gestión. Lo que pasó después, lo han visto a través de los medios en Italia y en el extranjero».

También está la cuestión de los rechazos y la violencia de la policía croata, de la que a menudo se habla. ¿Es verdad?

«Los rechazos, llamados también “pushback”, lamentablemente han sido practicados, desde hace años, por la policía en muchas fronteras. Pero es cierto que las mayores violencias que se conocen se dieron en Croacia. Distintas organizaciones internacionales y locales denuncian desde hace tiempo, estas violencias, con pruebas y testimonios en la mano como Border Monitoring Violence Network (red de Vigilancia de la Violencia fronteriza) que publicó recientemente “El Libro Negro de los Rechazos”, dos tomos de 1500 páginas que reportan centenares de testimonios y cuadros de violencias brutales y hasta torturas. Pero hasta ahora las autoridades croatas han negado la responsabilidad directa de la fuerza policial, señalando a grupos independientes ilegales como posibles responsables. Sobre este tema, uno de los últimos intentos perseguidos por quienes se ocupan de la defensa de los derechos fundamentales de los refugiados es el de Amnistía Internacional que, junto con otras organizaciones presentó, el pasado mes de noviembre, una demanda ante el Defensor del Pueblo Europeo (ombudsman). Y así el Ombdusman decidió iniciar una investigación contra la Comisión de la UE solicitando los motivos de la falta de control del trabajo de Croacia y, de los eventuales casos de violación de los derechos humanos y el uso que este país hace de los fondos europeos recibidos para la asistencia a los refugiados y para las operaciones de control en las fronteras. Recordamos que desde el 2017 Croacia es beneficiaria de más de 108 millones de euros del Fondo Asilo migración e integración ya ha recibido más de 23 millones de euros de fondos de emergencia destinados a la asistencia».

¿Qué proponen como Observatorio?

«Los cambios deben realizarse a varios niveles, empezando por la normativa europea que sostenga una reubicación efectiva de las personas que llegan a los tres primeros países de entrada (España, Italia y Grecia) con una distribución justa y equitativa en todos los países de la Unión. Considero que se tienen que contemplar sanciones para quien no acepte una gestión solidaria del fenómeno migratorio. Las políticas europeas de “subcontratación” con las que estas personas se han mantenido al margen de las fronteras de la UE, además de provocar violaciones de los derechos fundamentales, han demostrado ser un fracaso. Han provocado una disminución de los flujos, pero, han hecho más difícil y peligroso el viaje que, estas personas que huyen de sus países, emprenden de todos modos porque no tienen otra alternativa. Y al mismo tiempo han provocado el aumento de “los precios” en el mercado criminal del tráfico migratorio que es el que ha ganado. Aumentar y facilitar las entradas legales en los países de la UE, incluso temporales, sería un paso muy importante, además de reforzar enseguida los corredores humanitarios al menos para los casos de los más vulnerables como los enfermos, los menores no acompañados y las familias con niños».

Si entiendo bien, se necesita una sinergia entre países, una solidaridad más concreta…

«Se necesita una política consensuada, también lo hemos entendido con la pandemia: los fenómenos globales hay que afrontarlos juntos, no se puede hacer política construyendo muros, es compartiendo los fenómenos como podemos encontrar soluciones a largo plazo».

En casos como este, ¿la perspectiva de la fraternidad y del “cuidar” a los más vulnerables se convierte en una utopía?

«Absolutamente no, al contrario. Es este caso la fraternidad se declina precisamente con las cuestiones políticas. Sin cuidados, fraternidad y solidaridad, no podemos pensar vivir en un mundo como el que todos sueñan: pacífico, estable, donde los derechos fundamentales están garantizados para todos, sin excluir a nadie. En Italia hemos visto que sin el apoyo de la UE no podríamos hacerlo. No hablo sólo de ayudas económicas, sino se solidaridad efectiva, una especie de “red” donde la política tiene una mirada más alta y actúa por el bien de todos, sobre todo de los más frágiles».

¿A quiénes tiene particularmente en el corazón en esta situación?

«Los menores no acompañados, que llevan meses, o si no años, de viaje lleno de riesgos, violencia y abusos sufridos o vistos a sus espaldas… en este momento, solo en Bosnia hay unos 500 y varios viven en los campamentos con los adultos, sin las salvaguardias particulares que requiere su edad, por lo que corren el riesgo de sufrir cualquier forma de abuso psicológico o físico. Entre estos, además, como se reportó recientemente en un informe de Save the Children, 50 viven fuera de los campos, en okupas, ya sea porque creen que tienen menos riesgo de abuso o porque quieren seguir intentando el “juego” a través de la frontera con Croacia».

Nos sentimos impotentes ante todo esto: ¿realmente es un “juego” más grande que nosotros?

«Si no lo queremos, no lo es. Me explico: hay que cambiar la mirada, que no debe detenerse en la ventana de nuestra casa. Pienso en Alexander Langer[1], quien luchó muchísimo en el diálogo entre la diversidad, por superar los límites físicos y del “pensamiento”. En 1994, en su “Intento de Decálogo por la convivencia interétnica”, escribía que en nuestra sociedad la “convivencia pluriétnica, pluricultural, plurireligiosa, plurilingüe, plurinacional” se convertiría cada vez más en la norma y no en la excepción. Pero que en estas sociedades es importante comprometerse en la superación de fronteras, “para suavizar rigideces, relativizar fronteras, favorecer la integración”.

También hablaba de “pacifismo concreto”, es decir, una modalidad de compromiso pacífico basado en la experiencia, la práctica, las acciones ancladas a la realidad que vivimos, y nunca desconectada del trabajo político inherente a estas prácticas. De hecho, todos y cada uno de nosotros somos sujetos políticos en todas nuestras elecciones diarias. Por eso creo que tenemos que empezar a estudiar de nuevo, entender lo que pasa a nuestro alrededor y convertirnos en “constructores de puentes” (otra expresión que le gustaba a Langer), es decir, personas portadoras de la cultura del diálogo y la solidaridad: entre amidos, compañeros, vecinos, en los almacenes que frecuentamos. Y esto también se aplica a las realidades de la sociedad civil: solo si trabajamos juntos podremos fortaleces y apoyar los cambios de paradigma y los cambios políticos, que aporten soluciones a largo plazo a nivel local, nacional y europeo para garantizar a estas personas que viajan, los derechos que se les niegan».

[1] Alexander Langer (1946-1995) fue un político, pacifista, escritor, periodista, ambientalista, traductor y docente italiana. Fue promotor de numerosas iniciativas por la paz, la convivencia y los derechos humanos, contra la manipulación genética y la defensa del ambiente


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