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El valor del agua

 
14 enero 2022   |   , ,
 
Photno sasint_pixabay
Por Alessandra Smerilli

Sin agua no podemos vivir y, en la mayoría de los casos, ni siquiera podemos comer o trabajar. Todavía hoy dos mil doscientos millones de personas en el mundo viven sin acceso diario a los recursos hídricos y sin agua potable.

Y los cambios climáticos están empeorando esta situación en muchas partes del mundo, donde la escasez crónica de agua es una dramática emergencia que amenaza la seguridad alimentaria de comunidades enteras.

El agua es un bien común, pero también es un derecho humano esencial, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas. Y en cuanto derecho humano tiene que ser tutelado. A diferencia de un prado, del aire que respiramos, el agua para poder ser distribuida necesita infraestructuras y trabajo. Por tanto, necesitamos no solo cooperación, sino también una gestión eficaz encaminada a favorecer no solo a algunos, sino para que sea en beneficio de todos.

La paradoja que estamos presenciando es que, mientras muchos no pueden tener acceso diario al agua potable, por otro lado, podemos ver desperdicios, tanto en el consumo individual como en la red de distribución, donde en algunos casos la pérdida es muy alta. En algunos casos, el problema del agua es una cuestión de eficiencia y sostenibilidad y en parte una cuestión educativa y cultural. Si bien es preciso mejorar la infraestructura, cada uno de nosotros tendría que preguntarse cuánta agua desperdiciamos cada día en las simples acciones cotidianas, como lavar o limpiar la casa. Y tal vez logremos desperdiciar menos si supiéramos darle el justo valor al agua. Pero sabemos que es difícil.

Para algunas culturas el agua es un elemento sagrado, hermana agua para san Francisco, signo de fertilidad y fuente de vida. En economía es famoso el ejemplo de Adam Smith, quien sostenía: «Nada es más útil que el agua, pero difícilmente podrás comprar algo con ella, difícilmente podrás tener algo a cambio». Smith quería enfatizar la diferencia entre el valor de uso de los bienes, que para el agua es muy alto, y el valor de cambio, que es muy bajo para el agua. Los diamantes, por otro lado, tienen un valor de uso muy bajo y un valor de cambo muy alto. Hoy, donde el valor de cambio, que es el cruce entre la oferta y la demanda, parece haberse convertido en la medida de todo, quizás debemos volver a entender el valor intrínseco de las cosas, la diferencia entre el bien y la mercancía, y sobre todo entre bienes comunes y bienes privados. El agua, bien común, es para todos y debe llegar a todos, porque sin agua no podemos vivir.

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