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Racismo, las protestas sacuden a los Estados Unidos

 
5 junio 2020   |   , ,
 
Por Maddalena Maltese

La muerte de George Floyd a manos de un policía ha desencadenado disturbios en todo el país dejando al descubierto una herida sin sanar: la discriminación racial.

El mensaje llegó simultáneamente a los celulares a las 15:30. “El toque de queda entra en vigencia desde las 20 de hoy hasta las 5 de la mañana, hasta el 7 de junio. No está permitido ningún movimiento desde la calle 96 hacia abajo, excepto para los trabajadores imprescindibles. Toque de queda. Como en guerra. Pero aquí no estamos en guerra, estamos en Nueva York, estamos en la capital del mundo, el corazón de las finanzas, la ciudad de las luces de Broadway que Covid ha apagado desde hace 115 días.

Poco antes había llegado otro amenazador mensaje de texto a algunos amigos de Long Island, la isla de la alta burguesía de Nueva York: “Esta es la noche”. Nada más, pero el mensaje es claro.

Será la enésima noche de protestas, saqueos y violencia que desde hace una semana ha mantenido a las principales ciudades de los Estados Unidos bajo control en memoria de George Floyd, un afroamericano de Minneapolis arrestado por el supuesto cargo de pagar con 20 dólares falsos, muerto bajo la rodilla de un agente de policía blanco que durante 8’ y 42” ignoró su débil petición de ayuda: “No puedo respirar”.

Su muerte grabada en vivo por los transeúntes a través de los celulares, fue la chispa de la protesta contra la brutalidad de la policía (pocos días antes, en Louisville, Kentucky, agentes vestidos de civil, sin identificarse, habían allanado un apartamento y por error mataron con 8 disparos a Breonna, también afroamericana), contra la constante discriminación de los negros, a pesar de la batalla de los derechos civiles y las marchas de Martin Luther King, contra el racismo endémico, enfermedad de una América donde la decimotercera enmienda de la Constitución, sobre la abolición de la esclavitud, todavía no se ha traducido en plena igualdad para sus ciudadanos “negros”.

El toque de queda de los tiempos de la guerrilla racial no ha detenido las manifestaciones y las marchas. Pacíficamente, en marcha o de rodillas, blandiendo carteles rudimentarios con escritos “Black lives matter – las vidas negras importan” o vistiendo camisetas con el rostro de Floyd, miles de afroamericanos, blancos, latinos, asiáticos continúan a manifestarse en las avenidas de Washington, en el parque de El Paso, en la parte baja de Manhattan y en el mismo Minneapolis, donde hace unos días, en el distrito de policía trabajaban los agentes culpables de la muerte de Floyd, que fueron inmediatamente despedidos, acusados de homicidio.

En Florida, California, Michigan, Atlanta en Georgia y Denver en Colorado, las cámaras grabaron a los policías de rodillas junto a los manifestantes, algunos cogidos del brazo, otros en diálogo con las armas depuestas. En cambio, otros acusaron a la multitud indefensa como sucedió hace dos días delante de la Casa Blanca para permitir que el presidente Trump llegara a la iglesia Episcopal de San Juan, averiada la noche del 31 de mayo, para una foto ritual con la biblia en la mano, en la desesperada búsqueda de un consenso en la sede evangélica, mientras los líderes católicos condenaron la instrumentalización de la fe y el arzobispo afro-americano de Washington, Wilton Gregory calificó como “desconcertante y reprobable, el abuso de los principios religiosos”.

Trump por su retórica vitriólica fue censurado también por Twitter, que calificó como incitación a la violencia el tweet presidencial en el que amenazaba con disparos tan pronto comenzaran los saqueos. El presidente siempre más alejado de los gobernantes estatales, los ha calificado repetidamente de incapaces de manejar las crisis, y si por un lado trató de imponerles la guardia nacional, por el otro, buscó tonos conciliadores que amortiguaran los estallidos de ira irrefrenables, prueba de una gestión siempre más caótica de las crisis, antes sanitarias y ahora sociales. El Covid-19 ciertamente ha cambiado el paradigma de su presidencia y las fragilidades ampliamente enmascaradas en estos cuatro años, están ahora también delante de los ojos de sus más ardorosos partidarios: 108 mil muertos, un millón y medio de contagiados, 40 millones de desocupados y ahora protestas en todo el País. Las ruedas de prensa que intentan distraer la atención con el G7 que se volvió a abrir en Rusia, sobre el abandono de la Organización Mundial de la Salud, sobre una China siempre más enemiga y distante, no capturan la escena cuando está llena de la destrucción de los negocios, la exasperación y las lágrimas de los pobres y de los excluidos. El país necesita mucho más.

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