El Arsenal de la Paz, de fábrica de armas a refugio: «Un hogar que acoge a los más vulnerables»
Un antiguo arsenal militar transformado en monasterio urbano. Rosanna Tabasso explica cómo el Sermig acoge a jóvenes, madres y refugiados, convirtiendo un lugar de muerte en un centro vivo de fraternidad, oración y justicia social en el corazón de Italia.
El Arsenal de la Paz es una contradicción extraordinaria: un espacio lleno de esperanza y maravillosamente cautivador, incluso con el poder de su nombre. La paz, el diálogo y el apoyo a los más vulnerables se generan allí, donde antaño se alimentaba la guerra.
El Arsenal de la Paz se encuentra en Turín, en el norte de Italia, en el emplazamiento de una antigua fábrica de armas en desuso. Existe desde 1983 gracias al trabajo voluntario de muchas personas, especialmente jóvenes, que, día tras día, lo han transformado en un triunfo de la humanidad. En este monasterio urbano que continuamente acoge a la gente, opera el Sermig (Servicio Misionero Juvenil), un movimiento fundado en 1964 por Ernesto Olivero y su esposa María.
Para contar la preciosa y alentadora historia del Sermig y del Arsenal de la Paz, nos reunimos con Rosanna Tabasso, presidenta del Sermig, con quien comenzamos desde el principio.

¿Cómo empezó la historia del Arsenal de la Paz?
Fue un sueño que parecía más grande que nosotros. Al principio, éramos un pequeño grupo de jóvenes que queríamos vivir el Evangelio sin excusas, sin postergarlo. Entendimos que decir «amar a los pobres» no era suficiente: teníamos que hacerlo. Nos motivó especialmente la profecía de Isaías: el anuncio de un tiempo en el que ya no se fabricarían armas. El antiguo arsenal militar de Turín se convirtió, a nuestros ojos, en el espacio donde pudimos empezar a hacer realidad ese sueño. Cuando entramos aquí por primera vez, el 2 de agosto de 1983, no había nada: era una ruina. No teníamos miedo; creímos en él, e innumerables personas nos ayudaron, donando su tiempo, recursos y profesionalidad. Así nació el Arsenal de la Paz.
¿Cómo es la vida cotidiana en un lugar como este?
Hay una belleza que nace del paciente encuentro entre personas. Cada día, alguien llega con una necesidad diferente: algunos buscan comida, otros, alguien que los escuche, otros buscan orientación, otros, refugio. Y luego están los jóvenes que llegan con mil preguntas, deseosos de aprender a construir una vida que valga la pena vivir. El Arsenal es un laboratorio: nos ensuciamos las manos, escuchamos, rezamos, acogemos. Nada se da por sentado. Cada historia te cambia. La fraternidad no es poesía: es elegir, cada día, no ceder.
¿Quién fue para ti el padre Michele Pellegrino, a quien está dedicado el Arsenal de la Paz?
La presencia segura de un padre que, sobre todo, nos amó. Reconoció nuestro carisma incluso antes de que nosotros supiéramos quiénes éramos. Era un adulto creíble que sabía inspirar confianza a los jóvenes y no necesitaba hablar demasiado para hacerte saber dónde mirar. Siempre estuvo con nosotros; nunca lo olvidaremos.
¿Cómo surge el diálogo entre culturas y religiones dentro del Arsenal de la Paz?
Del hecho de que primero se ve a la persona, luego todo lo demás. La clave es ponerse siempre en el lugar del otro y comprender que el primer punto de encuentro es la humanidad, con sus alegrías y sus penas, sus entusiasmos y sus luchas. La aceptación mutua disuelve la desconfianza. Luego vienen los encuentros, las conferencias, los debates… pero primero hay un verdadero compartir, de persona a persona.

¿Y los jóvenes? ¿Cuánto les preguntan, cuánto dicen?
Los jóvenes te miran directamente a la cara. Si no eres auténtico, lo notan al instante. Sus heridas son profundas: soledad, confusión, miedo de no valer. Pero también hay una increíble sed de sentido, de Dios. Cuando te conectas con ellos de verdad —no como espectadores, sino como protagonistas—, los ves cambiar. Y cuando cambian, todo lo demás cambia. Tienen la capacidad de tomar lo bueno del pasado y convertirlo en presente y futuro.
¿Cómo apoyan a los más vulnerables: madres solteras, presos y personas frágiles?
El Arsenal de la Paz es un hogar que acoge a los más vulnerables. Los acogemos sin pietismo, pero con método e incluso con cierta severidad. Es la lógica del amor. Quienes desean cambiar también deben desearlo, deben elegirlo; nadie puede reemplazar la libertad de una persona. Podemos ser un refugio, un apoyo, una relación. El resto depende de quienes son acogidos. De lo contrario, la ayuda sería simplemente asistencialismo.
En una frase de su sitio web, leí: «Un sueño, que permite a quienes lo desean, devolver algo de sí mismos». ¿Qué significa eso realmente?
Significa que este lugar vive porque la gente nos ayuda. Si dejaran de hacerlo, cerraríamos en tres días. Aquí, todos pueden devolver algo de sí mismos: tiempo, habilidad, oración, profesionalismo, esfuerzo. Solo así ha crecido esta aventura. Devolver es también un profundo acto de justicia hacia quienes no tienen nada.

¿Qué es Sermig hoy?
Quisiéramos que fuera una familia para quienes llaman a nuestra puerta, pero también para quienes hemos entregado nuestra vida. La nuestra, hoy, es una fraternidad que acoge a todos los estados de vida: familias, personas, sacerdotes, consagrados y consagradas. Todos con la misma responsabilidad.
Hablemos de Ernesto Olivero…
Ernesto es el fundador de Sermig y, hasta hace unos años, fue su motor. Un hombre sencillo pero decidido. Un hombre que se dejó moldear por Dios, que creyó en su Palabra y se arriesgó sin reservas. Junto con su esposa María, tuvo la valentía de ampliar el alcance de su familia. Y también nos enseñó a ver la desproporción como el verdadero campo de Dios. Depende de nosotros estar disponibles: si tenemos fe, Él hará el resto.
Los diversos «Arsenales»: Paz, Armonía, Encuentro, Esperanza, dispersos por el mundo. ¿Cómo se mantienen unidos?
Son matices de un mismo deseo. La paz es el núcleo. La armonía, el encuentro y la esperanza son sus frutos. Cada arsenal es una forma diferente de encarnar el mismo sueño: sanar lo que divide y construir lo que une. Que sea la acogida de jóvenes, personas en situación de calle y niños con discapacidad. Sermig es como un edificio de apartamentos de varias plantas. Cada habitación tiene un servicio. Puedes mudarte, estar en diferentes países, pero el espíritu sigue siendo el mismo.
En aquel entonces, éramos niños… queríamos estar en el presente. ¿Cuáles son tus desafíos hoy?
Permanecer en el presente. No refugiarse en los recuerdos. Hoy, el mundo está más desorientado, más frágil. Los desafíos son la soledad, el miedo al futuro, las fracturas sociales, las guerras cercanas y lejanas, y la desconfianza que corroe. La respuesta no puede ser nostálgica. Debe ser creativa, disciplinada y valiente. El Arsenal no puede simplemente sobrevivir: debe seguir siendo una obra viva, abierta y en movimiento.